Durante el desarrollo del Tiempo Especial de Formación Eudista Interprovincial, los candidatos que participan del mismo, han tenido la oportunidad de presentar periódicamente una serie de artículos siguiendo la temática que los sacerdotes expertos van impartiendo a lo largo de las semanas. A continuación compartimos el artículo escrito por el candidato eudista de la Provincia Minuto de Dios, Jorge Luis Baquero:
El núcleo central del ejercicio teológico es la reflexión sobre la experiencia humana de fe con base en un principio teologal fundante: la revelación de Dios en la historia. Adentrarse en la comprensión de este aspecto esencial implica la apropiación y clarificación de dos ideas: el sujeto que experimenta y la imagen de Dios que inspira y suscita la fe. Esto conlleva a concluir que sólo es posible apalabrar algo mínimo sobre el Misterio de Dios si se tiene una percepción de lo que el ser humano es y significa. La Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia no son ajenas a esta afirmación, aun guardando algunas diferencias en los postulados y formas del discurso, la relación íntima de la humanidad con Dios es ineludible en la diversidad de teologías.
San Juan Eudes, uno de los insignes escritores eclesiásticos del llamado “gran siglo de las almas”[1] no omite este fundamento, toda su propuesta espiritual y teológica tiene como objetivo final el encuentro y la unión entre lo divino y lo humano. El aprendizaje bajo el amparo de la escuela de Bérulle le ha otorgado la gran base de su pensamiento que optara por desarrollar en el camino de su ministerio: La plenitud de la vida cristiana consiste en formar a Jesús en la realidad humana, o en palabras mucho más elocuentes, en continuar y completar la vida de Jesús.
No obstante, apropiarse y comprender tal afirmación se hace muy complejo de entender si no se tiene claridad sobre los rasgos humanos que han de disponerse para este versado propósito. ¿Cuáles son las características de la persona que experimenta el llamado a entrar en relación con el Misterio Divino? Aproximarse a esta pregunta podría forjar una respuesta genérica, si llegase a afirmarse que estas particularidades se remiten a una serie de virtudes morales, y aunque esto sea verídico, va mucho más allá. El ser humano no es únicamente virtudes, es en sí mismo una totalidad, en la cual, la vulnerabilidad es algo inherente.
En este orden de ideas, el significado de la vida cristiana como un “continuar y completar en nosotros la vida de Jesús” no se asume como algo que anule la fragilidad, sino la resignifica. A lo anterior, desde la escuela eudista, se le ha denominado: el proceso de la vida cristiana[2]. El padre Eudes tenía esto muy en claro; tanto en sus escritos personales, El voto de servidumbre, El voto de martirio y El memorial de los beneficios de Dios, como en los apostólicos, Vida y Reino de Jesús en las almas cristianas, pretende que sus lectores identifiquen su debilidad, y a razón de esto, su necesidad de Dios: “Por nosotros mismos nada somos ni podemos; somos pobreza y vacío. Debemos acudir a Dios a cada instante para recibir de él cuanto necesitamos”[3].
No se trata de una lectura pesimista del ser humano, sino de una “profesión de la gracia”, en la cual vislumbra que la cumbre de realización está en que Jesús sea todo en todos[4]. El dinamismo evangelizador que impulsó el espíritu misionero de Juan Eudes tendía a esto, pero su fuente radicaba en la sencillez de los hombres y mujeres, que, en su época, eran marginales por causa de modelos políticos promotores de injusticia y de una Iglesia carente de formación y celo pastoral. Esta es la nada y el vacío que necesita de Jesús; la vulnerabilidad natural y la vulnerabilidad condicionada son las destinatarias de la Vida y el Reinado del Señor, el cual se proyecta en el camino constante de la renuncia y la adhesión.
Que Juan Eudes, a través del ejercicio de las misiones, ponga su mirada en la vulnerabilidad cómo principio ineludible para contemplar la acción de Dios, lo conduce a plantear una espiritualidad como un proyecto de realización integral en Cristo, que se orienta a vivir la plenitud de la resurrección, claramente representada en la dignidad del ser humano libre ante el espíritu del mundo, es decir, frente a todo aquello que es causa de sometimiento. Este proyecto lo propone con la siguiente afirmación: “Nuestro deseo, nuestra preocupación y tarea principal debe ser formar a Jesús en nosotros, haciendo que en nosotros viva y reine, con su espíritu, su devoción, sus virtudes, sus sentimientos, inclinaciones y disposiciones”[5].
Es interesante ver la manera en que el padre Eudes hace referencia a tan detalladas características antropológicas para referirse a Jesús el Cristo, interpretándolas como antropomorfismos que dan rostro a su persona, y que son otorgadas al ser humano. Claramente se trata de un desarrollo de la teología en torno al Misterio de la Encarnación, en el cual se vislumbra la integralidad de este proyecto espiritual. Sentimientos, inclinaciones y disposiciones dibujan el significado del rostro humano: herido e hiriente; víctima y victimario; despojado y revestido; limitado, pero jamás condenado. Rostro virtuoso y fragmentado, que en palabras de Bérulle, es una nada con capacidad de Dios.
No obstante, este rostro se define también por la corporeidad, pues solo a través del cuerpo se expresa la significación del sentimiento, la disposición y la inclinación. En el contexto de Juan Eudes, la base del pensamiento estaba aún permeada por el pensamiento Tomista y Agustino, en los cuales era evidente una distinción entre el alma y el cuerpo. Aunque Juan Eudes pudiera tener nociones de estas escuelas, su opción teológica por “la formación de Jesús” se convirtió en un principio teológico para afirmar que, sin el cuerpo, el proyecto espiritual de hacer que Jesús sea todo en todos no está plenamente realizado. Varias frases hay en las obras escritas de Juan Eudes que dan forma a una espiritualidad con el cuerpo: “Considera tu salud, tu vida y tu cuerpo no como algo tuyo, sino como uno de los miembros de Jesús, al cual pertenece, según la palabra divina: el cuerpo es para el Señor (1 Cor 6, 13), y que debes cuidarlo, no para ti sino para Jesús, para su servicio”[6]
Por la gracia divina, el ser humano está llamado a reconocerse como ser integral, que entre su nada, vacío y su gran capacidad de Dios se adentra en un proceso existencial en la cual hace lectura de sus sentimientos, disposiciones e inclinaciones expresadas en su corporeidad y se encamina a adherirse a Jesús, quien, al revelar al Padre, mostró el camino hacia la plenitud, reflejada en la consolidación de relaciones positivas con los otros. En esto radica la respuesta a una insigne pregunta que plantea Juan Eudes en los Coloquios interiores, y se toma como título de este escrito: ¿Para qué me ha hecho Dios? La manera en cómo él responde no suscita otro sentir que la conmoción: “Para él, para que piense en él, hable de él, obre por él y me sacrifique por su gloria. Porque no es solo mi principio y prototipo sino también mi fin”[7].
La diversidad de respuestas que expresa Juan Eudes sintetiza el resultado de una vida proyectada en Jesús, pero a su vez, muestra claramente un espíritu misionero expresado en tres palabras: hablar, obrar y sacrificarse por él. Con lo anterior se concluye que la completitud de los rasgos antropológicos de la espiritualidad eudista no se considera exclusivamente desde la individualidad sino desde una apertura comunitaria, la cual se construye en un gran movimiento evangelizador basado en el mismo principio teológico de la Formación de Jesús, pero orientado hacia la cultura del encuentro. De ahí que Juan Eudes afirme lo siguiente con relación a la Iglesia: “Su único propósito, en todas sus funciones, es formar a Jesús en los corazones de sus hijos”[8].
No se agota aquí lo que podría decirse sobre la antropología de la espiritualidad eudista; en los tratados sobre el Bautismo, el sacerdocio y el Corazón es este un tema transversal, materia de una próxima investigación.
[1] Raymond Déville. La escuela francesa de espiritualidad ayer y hoy. (Ediciones Monfortianas), 2007
[2] Álvaro Torres. El proceso de la Vida Cristiana.
[3] San Juan Eudes. Vida y Reino de Jesús en las almas cristianas. (O.C. I, 191)
[4] San Juan Eudes. Vida y Reino de Jesús en las almas cristianas (O.C. I, 273)
[5] San Juan Eudes. Vida y Reino de Jesús en las almas cristianas. (O.C. I, 272)
[6] San Juan Eudes. Vida y Reino de Jesús en las almas cristianas. (O.C. I, 261)
[7] San Juan Eudes. Coloquios interiores. (O.C. II, 140)
[8] San Juan Eudes. Vida y Reino de Jesús en las almas cristianas. (O.C. I, 272)
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