Reflexión por: P. Leonard Vega cjm. 

El Señor nos llama a todos. Cada uno de nosotros posee un don y una misión particular. Al descubrir nuestra vocación, alcanzamos la verdadera felicidad, pues entendemos nuestro propósito en el mundo.

Cuando Dios llama, no lo hace para entrometerse en nuestras vidas ni para limitar nuestra libertad. Mucho menos debe verse su llamado como una carga. Al contrario, el Señor nos invita a ser parte de un gran proyecto: nos llama a soñar y a crear en grande porque confía en nuestras capacidades.

Es por eso que debemos seguir al Señor sin temor. Aunque surjan muchas preguntas o dudas, todas ellas deben ser respondidas con fe en Jesús. Solo así podremos avanzar sin incredulidad, con la firme convicción de que el Señor, que nos llama, extiende su mano para sostenernos.

Además, es esencial escuchar a Jesús, escucharlo siempre. Debemos pedirle que agudice nuestros sentidos espirituales para estar atentos a los pequeños detalles que marcan nuestra vida, crecer en discernimiento y dejarnos sorprender por las novedades que el Espíritu de Dios trae consigo.

Finalmente, es clave responder al llamado con alegría, acercarnos a Jesús con esperanza y compartirlo con otros con gozo. Nuestro mayor deber es llevar a los demás al Señor, quien es el principio y el fin de nuestra vida, nuestra plenitud y verdadera felicidad.

Entrevista 

¿Qué es la vocación al sacerdocio?

La vocación al sacerdocio es gracia de Dios y es a la vez misión, gracia, porque es un don gratuito del amor del Señor. Pero también es un llamado a comprometernos, es un llamado a amar, a servir, a ponerse siempre en camino para llevar la buena nueva que es Cristo. Ahora bien, la fuente u origen de este llamado es sin lugar a duda de dudas, el amor, la vocación, es el fruto del amor y la oración de Jesús. Nos ha amado desde siempre, nos invita a estar con Él siempre, y a evangelizar en su nombre siempre. La vocación al ministerio sacerdotal que nace del amor de Dios es también un envío al mundo, como dice el Papa Francisco, «no hay vocación sin misión.»

-Este don y felicidad que he recibido en el sacerdocio es algo que no puedo callar, y, por lo tanto, es una experiencia que debo compartir siempre a través del servicio.

¿Qué te ha marcado en este camino sacerdotal?

Me ha marcado para bien, el testimonio de mis hermanos sacerdotes como también el amor y el apoyo de todo el pueblo santo de Dios. Me ha marcado cada lugar de misión y sus aprendizajes. Me ha marcado profundamente la misericordia del Señor, las nuevas oportunidades que siempre me brinda Él.  Me ha marcado que es un ministerio dinámico y el Señor siempre hace nuevas cosas, a través de él.

Han sido ya nueve años de luchas, de esfuerzos, de batallas, pero también de mucho consuelo de Dios, mucho perdón de Dios de mucha bondad y amor del Señor. Este ministerio es para amar iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar y liberar. Este ministerio es del Señor y para mis hermanos.

¿Qué retos has tenido en este camino?

Evitar la monotonía. Es una gran lucha, no vivir el ministerio como algo mecánico o considerarme un simple funcionario, vivir la alegría del Evangelio. No olvidar que este ministerio es para las personas, para servir a las personas, para  cuidar a los hermanos, no es para un beneficio propio. En palabras del Papa Francisco, no olvidar que yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo.