Por: P. Hermes Flórez Pérez, cjm
Introducción
Ha iniciado el Año Jubilar Eudista, un “tiempo privilegiado para renovar la alegría de nuestra pertenencia, la alegría de nuestra vocación y el carisma que compartimos” (El Superior General, Carta a la Congregación de Jesús y María, diciembre 6 de 2024). Meditemos durante este tiempo en algunas realidades del año jubilar. Hablemos de la representación gráfica (tal vez isologo) y sus componentes. Por una parte, encontramos los textos que rodean la imagen: “Peregrinos de esperanza – Renovemos nuestra alegría de ser Eudistas” y junto a ellos los números 100 y 400; por otra parte visualizamos la imagen en sí misma: san Juan Eudes rodeado por un corazón que está compuesto por colores que simbolizan el agua (azul) y el fuego (rojo).
La expresión “Peregrinos de esperanza”, hace referencia al Jubileo de toda la Iglesia durante el próximo año; la frase “Renovemos nuestra alegría de ser Eudistas”, es la que focaliza el Jubileo de la Congregación; los 100 años indican el centenario de la canonización de san Juan Eudes (1925) y los 400 años recuerdan su aniversario de ordenación sacerdotal que conmemoramos el 20 de diciembre.
La imagen de san Juan Eudes en la Basílica de San Pedro en el Vaticano nos pone en el dinamismo eclesial que celebramos: la canonización del sacerdote francés en 1925; también encontramos el corazón como símbolo del amor y de la devoción al Corazón de Jesús y María que difundimos los eudistas; y por fin el agua y el fuego que, según el autor (José Navas, formando eudista) recuerdan una renovación por el agua y el fuego del Espíritu Santo. Su inspiración fue en el texto O.C. VI, 333-334. Demos un paso más en el contexto del texto que aparece en estas páginas de las Obras Completas (OC) de san Juan Eudes.
El texto inspirador en su contexto: los doce cuadros representativos del Corazón de María
Hemos dicho que la página de san Juan Eudes que está detrás del ‘isologo’ es O.C. VI, 333-334, que corresponde al Libro Tercero, capítulo V de su obra El Corazón de la Sagrada Madre de Dios. Allí nuestro santo reflexiona sobre el undécimo cuatro del santísimo Corazón de la santísima Virgen, que es la hoguera de los tres jóvenes israelitas. Se trata de un “horno milagroso descrito en el capítulo tercero de la profecía de Daniel” (O.C. VI, 326).
Mencionemos de forma rápida los doce cuadros, que están en O.C. VI. Para san Juan Eudes las figuras del Corazón admirable de la Madre del amor hermoso están presentes en el mundo y, en perspectiva bíblica, pueden encontrarse desde Moisés hasta Jesús.
Las partes principales del mundo donde se encuentran las figuras del Corazón de María (Libro II) son:
- El cielo
- El sol
- El medio de la tierra en el que Dios obra nuestra salvación
- El hontanar y fuente inagotable de infinidad de bienes
- El mar
- El paraíso terrenal
Las realidades que se ven en este mundo desde Moisés hasta la muerte de Jesucristo (Libro III) donde se encuentran las figuras del Corazón de María son:
- La Zarza ardiente vista por Moisés en el Horeb
- El Harpa celestial y divina
- El Trono real de Salomón
- El Templo maravilloso de Jerusalén
- La Hoguera de tres jóvenes israelitas
- El Calvario
Como se evidencia en esta numeración, nuestro cuadro inspirador se enmarca dentro de toda una propuesta bíblica aplicada al Corazón de María. Pudiéramos deducir inicialmente que si acogemos estos puntos de vista que nos da la representación gráfica estamos ante un jubileo que tiene como centro de renovación eudista la Palabra de Dios y el Corazón de María (de hecho el Jubileo inició en Venezuela el día de la Inmaculada Concepción de María). Pero dejemos de lado estas consideraciones iniciales y veamos brevemente aquello que san Juan Eudes medita en el undécimo cuadro del Corazón de María.
El undécimo cuadro representativo del Corazón de la Santa Virgen: la hoguera de los tres jóvenes israelitas
Sin la necesaria experticia bíblica, podemos decir que el texto de Daniel donde aparece el horno de Nabucodonosor se enmarca en Babilonia, en tiempos del destierro. Según Milán (2017) “tales historias reflejan la situación de los judíos en la diáspora oriental entre los siglos V-III a.C.” (p. 110). En este sentido, la sección del libro donde se encuentra nuestro texto (1-6), con toda la crítica frente a su redacción y composición, presentaría por lo menos tres aspectos: 1) una exhortación a los judíos a mantenerse fieles a los principios de su religión, y adorar únicamente a su Dios, aún en medio de las pruebas que puedan conducirles a la muerte; 2) la integración de los judíos a la sociedad pagana; 3) la presentación del pagano Daniel que alcanza éxito en la corte del rey (cf. Milán, Libros proféticos, p. 110). Se trata de realidades que tocan la identidad del pueblo y de cada individuo, la fidelidad en los momentos difíciles y las relaciones con su entorno.
Estos temas no son ajenos al Año Jubilar Eudista que nos lleva a pensar en la pertenencia, la vocación y el carisma compartido. Aunque las discusiones sobre la historicidad del texto han estado al orden del día, estas perspectivas que abre en orden a la identidad, a la fidelidad y a las relaciones serán trasversales en la historia de la salvación.
El libro de Daniel ha sido bastante utilizado en la tradición cristiana por varias de sus categorías, especialmente en lo que se refiere al Hijo del hombre aplicado a Jesucristo y al final de los tiempos. En el marco de esta tradición, también san Juan Eudes hace un aporte significativo, y lo relaciona desde la figura de María, específicamente enfocado a su corazón. ¿Será exitosa esta empresa de relacionar un horno pérfido con un horno divino?
La tensión entre dos hornos que despunta en el fuego y el rocío
Fiel a su manera de escribir, san Juan Eudes inicia la reflexión contraponiendo dos hornos: el horno de Nabucodonosor (donde envió a los tres jóvenes israelitas) y el horno del Corazón de María. Lamentablemente las páginas 333-334 no nos permiten descubrir en toda su riqueza esta relación, por lo que debemos extendernos más allá de ellas. A estas alturas nos hemos preguntado si esta relación no sería demasiado forzada. San Juan Eudes ya la imagina y nos invita a confiar porque ya ha sido utilizada por algunos santos y doctores, entre ellos san Juan Damasceno. Pero la cuestión sigue latente: ¿cómo se puede relacionar este cuatro de la impiedad (el horno de Nabucodonosor) con el Corazón de María?
Revisemos rápidamente esta relación de oposición entre los dos hornos: a) El horno de Daniel fue construido por un rey terreno; el horno del Corazón de María fue construido por el rey celestial; b) El horno de Daniel fue preparado para quemar a quienes no adoraran a Nabucodonosor; el horno del Corazón de María fue hecho para arder en los fuegos sagrados del divino amor; c) Los ministros del rey de Babilonia encendieron el fuego terrestre y material; Jesús prendió el fuego celeste y espiritual; d) El fuego del horno de Daniel sube unos codos por encima de ese horno; el fuego del horno del Corazón de María sube hasta el cielo (hasta el corazón del Padre que es su Hijo, arrancándolo y atrayéndolo al seno de una Madre para la salvación del mundo). Es fuego de amor y caridad.
Aunque tienen finalidades diferentes y se contraponen, para san Juan Eudes estas realidades sucedidas en el pueblo de Israel tienen su despunte en el cristianismo: “veo en la hoguera de Babilonia grandes maravillas obradas en ella por el poder divino. Maravilloso contemplar una hoguera llena de fuegos y de llamas [une fournaise pleine de feux et de flammes], en medio de la cual sopla un viento refrescante como suave rocío [une douce rosée]: ‘el ángel hizo soplar en medio de la hoguera un viento como rocío’ (Dn 3, 50)” (O.C. VI, 333).
El pasaje bíblico sorprende a nuestro santo fundador, sobre todo porque ese horno no consume a quienes están adentro. Pareciera que los jóvenes están en un lugar de delicias: cantan alabanzas y salen más fuertes y vigorosos. Pero nuevamente recuerda: “¡Grandes prodigios los de esta hoguera de Babilonia! Pero son solo sombra de los milagros que se ven en la hoguera del Corazón sagrado de la reina de los ángeles” (ibid.). Es aquí donde comienza el texto que se nos propone como marco de la representación gráfica del Jubileo Eudista.
Agua y fuego en la representación gráfica del Jubileo Eudista
En medio de la sorpresa o, digámoslo, del estupor, san Juan Eudes se pregunta: “¿No es prodigio grande ver el fuego y el agua convivir juntos, en medio de los ardores de esta hoguera, sin que el fuego disminuya en nada el frescor del agua ni que la frescura del agua desvanezca en algo el ardor del fuego? ¿Qué clase de fuego es este? ¿Y esta agua?” (O.C. VI, 333). La traducción española que conozco omite una parte del texto francés y une las dos preguntas sobre el agua y el fuego, sin embargo, el texto completo es: «Quel est ce feu? C’est le feu de l’amour sacré qui brûle dans ce Cœur virginal. Quelle est cette eau ? C’est l’eau des tribulations dont ce saint Cœur a souvent été rempli. » : el fuego del amor sagrado que arde y el agua de las tribulaciones con que muchas veces se ha llenado el Corazón.
Este es el abatimiento de nuestro corazón: el amor y la tribulación. Ojalá que una clave de renovación en este Año Jubilar Eudista sea de una conciencia de este “combate interior”. San Juan Eudes nos lo dice mejor: “La profusión del amor atrajo la abundancia de las aflicciones y las aguas de las tribulaciones sirvieron de leña para mantener y atizar el fuego del amor” (O.C. VI, 334). Creo que esta manera de ver nuestra vida personal y de comunidad se convierte en un antídoto frente a aquellas situaciones que el padre Jean-Michel Amouriaux nos manifiesta en su carta: el desencanto y la desilusión, la fragilidad del vínculo, la poca perseverancia en la prueba, los abusos…
En el cambio de situación, el eudista es quien debe dar el paso. San Juan Eudes lo invita a decidirse entre el horno de la esclavitud (el de Nabucodonosor) y el horno de la libertad (aquel que tenemos como tesoro en nuestra Congregación): “¿Quieres, querido hermano, evitar esta desgracia [la del horno de Nabucodonosor]? Entrega tu corazón a la reina de los corazones y suplícale que te dé a su Hijo. Ruégale que encienda en ti ese fuego que él vino a traer a la tierra, según su infinito deseo.” (O.C.VI, 336). Es decir: una vez que en libertad el eudista da el primer paso, Dios enciende la llama del amor primero.
¿Eliges el horno del Corazón de María para arrancar el tuyo y convertirte en una antorcha? Claves para nuestra renovación en clave jubilar
Creo que, con las reflexiones anteriores podemos tener ante nuestros ojos una perspectiva para vivir el Año Jubilar Eudista. El recorrido por el texto que ha inspirado el isologo nos invita a dar un paso más allá y poder suscitar un “trasplante de corazón”. Pero dejemos que sea san Juan Eudes mismo quien nos ayude a entender mejor lo que queremos vivir en el contexto del cuadro sobre el Corazón de María que estamos meditando:
“…arranca de tu corazón cuanto pueda poner obstáculo. Si ese fuego ya arde en tu corazón esfuérzate por avivarlo más y más mediante la meditación de las verdades evangélicas, por la práctica de las virtudes cristianas y especialmente por el ejercicio del divino amor y de la caridad. No te contentes solo con esto. Anhela con el Hijo de Dios, que todo el mundo sea abrasado con este fuego celestial. Trabaja con él para prenderlo por doquier. Será muy del agrado de su divina Majestad. Todos cuantos desean complacerle que se empleen plenamente en esto, sobre todo aquellos que ha escogido especialmente para ser sus cooperadores en la salvación de las almas. Toma una antorcha en la mano y mete ese fuego divino en todo el mundo si te es posible. Si me preguntas de qué antorcha se trata te respondo que tú mismo debes ser esa antorcha” (O.C. VI, 336-337).
Finalmente, como se intuye, la consecuencia de ese amor incluye la dinámica de entrar al corazón y salir para encender el corazón de los demás:
“¿Dónde vas a encender esa antorcha y dónde vas a tomar el fuego que debes prender en los corazones de los hombres? En el Corazón divino de la madre de amor. Acércate a menudo, con respeto y veneración, a esta sagrada hoguera; considera atentamente los divinos ardores de que está incendiada; imita el amor y la caridad que la inflaman; suplica humildemente a esta caritativa Madre que envíe a tu corazón algunas chispas de ese fuego celestial que arde en su Corazón.
Cuando tu antorcha arda vigorosamente, podrás prender fuego por doquier, a izquierda y derecha; lo encenderás en los corazones de los buenos y lo harás brillar en el corazón de los malos, por el santo ejemplo de tus acciones, por el fervor de tus oraciones y por la luz de tus enseñanzas” (337-338).
El Año Jubilar, un tiempo privilegiado para encender el corazón
Para finalizar, quisiera recordar las palabras iniciales de esta meditación, que nuestro Superior General nos ha escrito sobre lo que es el Jubileo Eudista: “tiempo privilegiado para renovar la alegría de nuestra pertenencia, la alegría de nuestra vocación y el carisma que compartimos”. Se trata de tres palabras: pertenencia, vocación y carisma. Hemos encontrado algunos acentos en el texto bíblico: fidelidad, relación, identidad. Y ahora, al final del recorrido san Juan Eudes nos ha recordado que el amor y la tribulación se abaten en el corazón. Por lo tanto, en este “combate espiritual” del corazón, el eudista está invitado a arrancar los obstáculos que se interponen a la renovación de la alegría de nuestra pertenencia, de nuestra vocación y del carisma que compartimos. Este proceso seguramente no parte de cero, pero requiere un esfuerzo constante por medio de la meditación de la Palabra de Dios (a ejemplo de María), el ejercicio de las virtudes, el ejercicio del amor divino y la caridad.
Sin embargo, para encenderse en este amor y encender al mundo, el Eudista debe regresar constantemente al Corazón de Jesús y María, suplicándole a ellos, sus Superiores, que envíen a su corazón algunas chispas de ese fuego divino. Esta puede ser nuestra súplica en este Año Jubilar Eudista.
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