La herencia del oratorio y el carisma de Felipe Neri en la experiencia misionera de San Juan Eudes

La herencia del oratorio y el carisma de Felipe Neri en la experiencia misionera de San Juan Eudes

Escrito por: Luis Novoa | Candidato Eudista

Para el siglo XVI la Iglesia estaba viviendo una dura crisis debido a la reforma protestante de 1517, sumado a las malas prácticas en una buena parte de la estructura jerárquica: sacerdotes, obispos y cardenales luchaban por el poder y el deseo de querer tener los mejores territorios preocupándose de esta manera solo por sus intereses personales y descuidando grandemente al pueblo de Dios que estaba sumido en la miseria y pobreza.

Los fieles habían sido descuidados por completo por quienes dirigían la Iglesia, por quienes debían cuidar y velar por sus almas; la falta de sacerdotes que se preocuparan por la salvación del pueblo eran muy pocos y existía una exclusión y división en la que se creía que no todos eran dignos de Dios y la salvación dada por Jesús, muchos clérigos despreciaban a los pobres por no tener los recursos para sus propios intereses.

En el corazón de san Felipe Neri, ardía el deseo de llevar a cumplimiento las palabras del mandato de Jesús en el evangelio, tomando como suyas las del pasaje de Marcos 16, 15. “Vayan por todo el mundo y proclamen la buena noticia a toda creatura”, por lo cual quería llevar la buena nueva a los lugares más recónditos y por eso deseaba emprender viaje a Asia y ser parte de la Compañía de Jesús (jesuitas); sin embargo, este no fue aceptado ya que el camino que tenía trazado Dios para él era muy distinto.

Para el año 1575 viendo la necesidad y la sed de Dios, desarrolla una misión a la luz del evangelio siendo los pobres y necesitados su opción preferencial. Con este principio se dedicó a formar una pequeña comunidad compuesta de sacerdotes y laicos destinada a la instrucción de la juventud y a procurar por todos los medios posibles la salvación de las almas.

Felipe responde a la realidad que vive la Iglesia en ese momento y de una manera distinta evangeliza y redirige la evangelización para animar y formar a todos los sedientos y necesitados de Dios. Hace una relectura del evangelio donde no hay exclusión, en una Iglesia viva que tiene como centro a Jesús en la que todos se pueden salvar, en la que se derrama la misericordia del Padre y actúa eficazmente el Espíritu Santo.

Con la convicción de este insigne personaje, otros actores históricos como san Francisco de Sales y Pierre de Bérulle, que guardaron una contemporaneidad, fue suscitándose en la Iglesia un espíritu apostólico que fijó la mirada en la formación de los creyentes, enfocada bien sea en la educación de niños y jóvenes, como en el caso del padre Neri o en la instrucción inicial y permanente desde las directrices del Concilio de Trento

El espíritu apostólico de Francisco de Sales por querer que todos aquellos que seguían erróneamente doctrinas falsas regresaran a la fe de la Iglesia, funda, inspirado en el oratorio de Felipe Neri el centro con un nombre similar al del Santuario de la Santa Casa de Loreto, la Santa Casa de Thonon (Sainte-Maison), con el propósito de evangelizar y convertir a los protestantes luchando incansablemente por la causa de Cristo. Muy humano, se interesa y pone por centro el amor y la alegría como camino decisivo a la santidad.

Después del concilio de Trento se inicia en la Iglesia la reestructuración de la formación de sacerdotes, en algunos lugares, fue dirigida por obispos y cardenales como el ilustre Carlos Borromeo; él mismo por su parte, constituyo los seminarios para Italia, siendo así un reformador de la época pos tridentina. Francia no fue la excepción en aplicar la reforma de Trento y Jean-Jacques Olier junto con un grupo de asociados funda los primeros seminarios que más tarde serán reconocidos como sulpicianos.

Vicente de Paul se enfoca en Jesucristo liberador y evangelizador de los pobres; entregando mente y corazón a los necesitados, desarrollando una profunda conciencia de amor misionero por la Iglesia y da gran importancia a la Palabra de Dios, invita a una espiritualidad encarnada que permite abrazar la mística de la caridad misionera de Cristo. Todo esto, permite profundizar en la misericordia de Dios que ama e invita a amar

Aún en el siglo XVII, es una época con grandes necesidades tanto materiales como espirituales, hacen que san Juan Eudes quiera de gran manera contribuir a la formación de los sacerdotes y el pueblo; por lo cual, emprende grandes misiones por casi toda Francia con el deseo que conozcan y amen al Padre de las misericordias y el corazón santísimo de su Hijo Jesús. Se convierte en un gran predicador, evangelizador y formador de sacerdotes.

Luego de su paso por el oratorio y de lo aprendido de sus grandes maestros Pierre de Bérulle y Carlos de Condren; el padre Eudes funda una pequeña congregación con el deseo que formar pastores según el corazón de Dios al servicio del pueblo con corazón grande y animo decidido. El proyecto congregacional emprendido por Juan Eudes continuó enfocado al ejercicio misionero; el ímpetu de motivar corazones encendidos en la caridad cristiana se hizo a partir de una estructura apostólica y dinámica capacitada para el acompañamiento de la Iglesia.

Es evidente que, en cada uno de estos periodos históricos, las álgidas circunstancias que atravesaron a la Iglesia llegaron a ser muy similares: el clero carente de formación y distante de la comunidad laical, orientado a servir una estructura monárquica o jerárquica más que a la Palabra, promovían un discurso exclusivo y excluyente, inalcanzable para la gente de su época. Desde Felipe Neri hasta Juan Eudes hay una “herencia espiritual y evangelizadora”, la cual se vislumbra en cómo su opción de fe contó con el impulso, la persistencia y creatividad necesaria para cautivar la Iglesia de su tiempo.

Afirmar que el carisma Eudista es “formar y evangelizar” significa acoger el legado de estos actores históricos, adentrándose en el “espíritu del educador” que se involucra con el educando, y encarnando la “opción del evangelizador”, que lee, analiza y obra. La vinculación de estos dos elementos genera una comprensión de lo que podría ser hoy la espiritualidad y de aquella elocuente frase mencionada anteriormente: “Corde Magno et animo Volenti”, con corazón grande y animo decidido.

¿Para qué me ha hecho Dios?: Rasgos antropológicos de la espiritualidad eudista

¿Para qué me ha hecho Dios?: Rasgos antropológicos de la espiritualidad eudista

Durante el desarrollo del Tiempo Especial de Formación Eudista Interprovincial, los candidatos que participan del mismo, han tenido la oportunidad de presentar periódicamente una serie de artículos siguiendo la temática que los sacerdotes expertos van impartiendo a lo largo de las semanas. A continuación compartimos el artículo escrito por el candidato eudista de la Provincia Minuto de Dios, Jorge Luis Baquero:

El núcleo central del ejercicio teológico es la reflexión sobre la experiencia humana de fe con base en un principio teologal fundante: la revelación de Dios en la historia. Adentrarse en la comprensión de este aspecto esencial implica la apropiación y clarificación de dos ideas: el sujeto que experimenta y la imagen de Dios que inspira y suscita la fe. Esto conlleva a concluir que sólo es posible apalabrar algo mínimo sobre el Misterio de Dios si se tiene una percepción de lo que el ser humano es y significa. La Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia no son ajenas a esta afirmación, aun guardando algunas diferencias en los postulados y formas del discurso, la relación íntima de la humanidad con Dios es ineludible en la diversidad de teologías.

San Juan Eudes, uno de los insignes escritores eclesiásticos del llamado “gran siglo de las almas”[1] no omite este fundamento, toda su propuesta espiritual y teológica tiene como objetivo final el encuentro y la unión entre lo divino y lo humano. El aprendizaje bajo el amparo de la escuela de Bérulle le ha otorgado la gran base de su pensamiento que optara por desarrollar en el camino de su ministerio: La plenitud de la vida cristiana consiste en formar a Jesús en la realidad humana, o en palabras mucho más elocuentes, en continuar y completar la vida de Jesús.

No obstante, apropiarse y comprender tal afirmación se hace muy complejo de entender si no se tiene claridad sobre los rasgos humanos que han de disponerse para este versado propósito. ¿Cuáles son las características de la persona que experimenta el llamado a entrar en relación con el Misterio Divino? Aproximarse a esta pregunta podría forjar una respuesta genérica, si llegase a afirmarse que estas particularidades se remiten a una serie de virtudes morales, y aunque esto sea verídico, va mucho más allá. El ser humano no es únicamente virtudes, es en sí mismo una totalidad, en la cual, la vulnerabilidad es algo inherente.

En este orden de ideas, el significado de la vida cristiana como un “continuar y completar en nosotros la vida de Jesús” no se asume como algo que anule la fragilidad, sino la resignifica. A lo anterior, desde la escuela eudista, se le ha denominado: el proceso de la vida cristiana[2]. El padre Eudes tenía esto muy en claro; tanto en sus escritos personales, El voto de servidumbre, El voto de martirio y El memorial de los beneficios de Dios, como en los apostólicos, Vida y Reino de Jesús en las almas cristianas, pretende que sus lectores identifiquen su debilidad, y a razón de esto, su necesidad de Dios: “Por nosotros mismos nada somos ni podemos; somos pobreza y vacío. Debemos acudir a Dios a cada instante para recibir de él cuanto necesitamos”[3].

No se trata de una lectura pesimista del ser humano, sino de una “profesión de la gracia”, en la cual vislumbra que la cumbre de realización está en que Jesús sea todo en todos[4]. El dinamismo evangelizador que impulsó el espíritu misionero de Juan Eudes tendía a esto, pero su fuente radicaba en la sencillez de los hombres y mujeres, que, en su época, eran marginales por causa de modelos políticos promotores de injusticia y de una Iglesia carente de formación y celo pastoral. Esta es la nada y el vacío que necesita de Jesús; la vulnerabilidad natural y la vulnerabilidad condicionada son las destinatarias de la Vida y el Reinado del Señor, el cual se proyecta en el camino constante de la renuncia y la adhesión.

Que Juan Eudes, a través del ejercicio de las misiones, ponga su mirada en la vulnerabilidad cómo principio ineludible para contemplar la acción de Dios, lo conduce a plantear una espiritualidad como un proyecto de realización integral en Cristo, que se orienta a vivir la plenitud de la resurrección, claramente representada en la dignidad del ser humano libre ante el espíritu del mundo, es decir, frente a todo aquello que es causa de sometimiento. Este proyecto lo propone con la siguiente afirmación: “Nuestro deseo, nuestra preocupación y tarea principal debe ser formar a Jesús en nosotros, haciendo que en nosotros viva y reine, con su espíritu, su devoción, sus virtudes, sus sentimientos, inclinaciones y disposiciones”[5].

Es interesante ver la manera en que el padre Eudes hace referencia a tan detalladas características antropológicas para referirse a Jesús el Cristo, interpretándolas como antropomorfismos que dan rostro a su persona, y que son otorgadas al ser humano. Claramente se trata de un desarrollo de la teología en torno al Misterio de la Encarnación, en el cual se vislumbra la integralidad de este proyecto espiritual. Sentimientos, inclinaciones y disposiciones dibujan el significado del rostro humano: herido e hiriente; víctima y victimario; despojado y revestido; limitado, pero jamás condenado. Rostro virtuoso y fragmentado, que en palabras de Bérulle, es una nada con capacidad de Dios.

No obstante, este rostro se define también por la corporeidad, pues solo a través del cuerpo se expresa la significación del sentimiento, la disposición y la inclinación. En el contexto de Juan Eudes, la base del pensamiento estaba aún permeada por el pensamiento Tomista y Agustino, en los cuales era evidente una distinción entre el alma y el cuerpo. Aunque Juan Eudes pudiera tener nociones de estas escuelas, su opción teológica por “la formación de Jesús” se convirtió en un principio teológico para afirmar que, sin el cuerpo, el proyecto espiritual de hacer que Jesús sea todo en todos no está plenamente realizado. Varias frases hay en las obras escritas de Juan Eudes que dan forma a una espiritualidad con el cuerpo: “Considera tu salud, tu vida y tu cuerpo no como algo tuyo, sino como uno de los miembros de Jesús, al cual pertenece, según la palabra divina: el cuerpo es para el Señor (1 Cor 6, 13), y que debes cuidarlo, no para ti sino para Jesús, para su servicio”[6]

Por la gracia divina, el ser humano está llamado a reconocerse como ser integral, que entre su nada, vacío y su gran capacidad de Dios se adentra en un proceso existencial en la cual hace lectura de sus sentimientos, disposiciones e inclinaciones expresadas en su corporeidad y se encamina a adherirse a Jesús, quien, al revelar al Padre, mostró el camino hacia la plenitud, reflejada en la consolidación de relaciones positivas con los otros. En esto radica la respuesta a una insigne pregunta que plantea Juan Eudes en los Coloquios interiores, y se toma como título de este escrito: ¿Para qué me ha hecho Dios? La manera en cómo él responde no suscita otro sentir que la conmoción: “Para él, para que piense en él, hable de él, obre por él y me sacrifique por su gloria. Porque no es solo mi principio y prototipo sino también mi fin”[7].

La diversidad de respuestas que expresa Juan Eudes sintetiza el resultado de una vida proyectada en Jesús, pero a su vez, muestra claramente un espíritu misionero expresado en tres palabras: hablar, obrar y sacrificarse por él. Con lo anterior se concluye que la completitud de los rasgos antropológicos de la espiritualidad eudista no se considera exclusivamente desde la individualidad sino desde una apertura comunitaria, la cual se construye en un gran movimiento evangelizador basado en el mismo principio teológico de la Formación de Jesús, pero orientado hacia la cultura del encuentro. De ahí que Juan Eudes afirme lo siguiente con relación a la Iglesia: “Su único propósito, en todas sus funciones, es formar a Jesús en los corazones de sus hijos”[8].

No se agota aquí lo que podría decirse sobre la antropología de la espiritualidad eudista; en los tratados sobre el Bautismo, el sacerdocio y el Corazón es este un tema transversal, materia de una próxima investigación.

[1] Raymond Déville. La escuela francesa de espiritualidad ayer y hoy. (Ediciones Monfortianas), 2007

[2] Álvaro Torres. El proceso de la Vida Cristiana.

[3] San Juan Eudes. Vida y Reino de Jesús en las almas cristianas. (O.C. I, 191)

[4] San Juan Eudes. Vida y Reino de Jesús en las almas cristianas (O.C. I, 273)

[5] San Juan Eudes. Vida y Reino de Jesús en las almas cristianas. (O.C. I, 272)

[6] San Juan Eudes. Vida y Reino de Jesús en las almas cristianas. (O.C. I, 261)

[7] San Juan Eudes. Coloquios interiores. (O.C. II, 140)

[8] San Juan Eudes. Vida y Reino de Jesús en las almas cristianas. (O.C. I, 272)